PUNCHI´S CORNER


Hablo desde el corazón y por la necesidad, como plumilla, de hacerlo. Para compartir una nota, una ilusión, un comentario. Periodista de título, con la lucha por la igualdad como profesión, pretendo compartir reflexiones y análisis de lo divino y lo humano desde la humildad de ser una persona anónima y la consciencia de que hay blogs mucho más profesionales y trabajados, aunque todos tenemos derecho a ejercer la libertad de expresión y las nuevas tecnologías lo facilitan.
Maternidad, alimentación, vida sana, moda, estilo de vida, política, cosas bonitas... Un poco de todo con afán de compartir.

lunes, 8 de febrero de 2016

Allí "hay que mamar" y eso es así y será para siempre.

Verano 2010, llegando con el "vaporcito".

Intentar recoger en un texto de las características de un blog, algo tan complejo y de lo que además, se ha escrito tanto y tan bien por gente más ilustrada que yo, puede incluso parecer pretencioso por mi parte. Pero como este es mi pequeño diario, puedo osar publicar en él lo que quiera. Y al que no le guste, que no mire.

Yo nací en el seno de una familia afincada en Jaén con un padre lagarto puro y una madre gaditana media (porque mi abuelo era de Fuerte del Rey). Sin embargo, como las madres en la época en que yo me crié, son tan principales en la educación, en la transmisión de los valores y en el asentamiento de tu manera de ser y de estar en el mundo, a nosotras realmente nos afectó mucho el deje gaditano de mi abuela, nacida y criada en el Campo de Gibraltar.

Desde que tengo uso de razón, a nosotras, para llamarnos la atención nos dicen: ¡shosho!! o si nos quieren mucho nos gritan: "ay mi chocheteeeeeeeee". Igualmente yo jamás me he disfrazado guapa en carnaval. Ya se encargaba siempre mi abuela de vestirme de "mamarrasho" con mis dos coloretes. Y así, un largo etc... como comer con "picoh" (picos, que además en Jaén no era costumbre hasta que Mercadona sacó las regañás) y mil cosas que no puedo concentrar ahora, como saberme con 4 años los tanguillos de Cádiz.

El caso es que para nosotras, Cádiz, siempre ha sido un lugar de peregrinación donde ser felices. Cuando tenía 3 años, pasé 15 días en la Playa de la Victoria donde todicos los días, pasaba un hombre renegrío del sol cantando y vendiendo camarones y mis padres se partían de risa de las cosas que iba diciendo. Son cosillas que se te quedan así, en la memoria.

Luego, casi todos los años había que ir a ver a las titas a La Línea, comprábamos productos de Gibraltar donde nos decían "ponte el yersei" que hace frío y en verano a la Residencia de La Atunara, donde el agua estaba fría a rabiar y la mitad de los días no nos podíamos bañar porque si no había poniente había levante y si no, otras interferencias que ahora no vienen al caso...

Pero nos veníamos cargados de coquinas, nos habíamos reído con los tenderos del Mercado de Abastos y habíamos hecho excursiones a pueblos blancos preciosos.

Llegaba febrero, y no había vídeo, ni internet. Pero nosotros teníamos un grabador de sonido en casa conectado al televisor y cuando echaban semifinales o finales del Falla, grabábamos los coros, las comparsas y las chirigotas. Y luego pasábamos el resto del año viajando haciendo con la mano derecha el movimiento de las bandurrias al son de los tanguillos. Y así, crecimos. Soñando con aquella esquinita mágica a la que tanto se cantaba y se veneraba. ¡Ah! Sin obviar por supuesto, la influencia del amor hacia Cádiz que nos infundió Carlos Cano, las Habaneras de Cádiz, La Murga de Los Currelantes donde salía una chirigota y toda su discografía.

Cuando llegué a adolescente, criada en la tierra del ronquío, mis amigas y coetáneas me miraban como el que escucha hablar chino si yo cantaba un pasodoble. Eran cosas muy particulares de mi familia.

Hasta que por fin, encontré mi oasis carnavalero y gaditano en Málaga. Una compañera de carrera llamada Anabel, de Chiclana de la Frontera (sí, la que cantaba Carlos Cano), escuchaba por las noches la radio y el Canal Sur, e iba haciendo crónicas y descripciones de las mejores actuaciones al día siguiente en clase con otros forofos de la zona. Yo sacaba la antena y pensaba: "esta es de verdad, gaditana auténtica" y me pegaba a ella con la baba caída mientras la escuchaba dirigirse a nosotras diciendo: "cusha, quilla, etc...". Luego está su manera de ser y nuestra relación de amistad, que podríamos dejar para otro capítulo.

El caso es que, en febrero del año 2000 (22 añitos tenía yo ya), a Anabel no se le ocurre otra cosa que invitarnos a las amigas del grupo a pasar unos días en Chiclana para el carnaval y de paso, ir a Cádiz.

Ni me lo pensé ni mis padres pusieron objeción alguna.

Lo que me pasó se lo pueden imaginar. Ciertamente han escrito y se ha dicho mucho de ello. Pero es que lo que pasa allí, en La Viña, es de otra dimensión. Y no es que se magnifiquen las cosas y la gente esté graciosa por el alcohol, de eso nada. Es que allí se reconcentra el arte y la gracia en estado puro. Es que yo he llegado a tener conversaciones con desconocidos maquillados con un ojo colgando o me han dicho narigona en mi cara y con gracia, nos hemos reído todos. Por no hablar de "El Manteca", donde me he acercado yo sola a pedir un botellín y se ha coreado  un estribillo de cuplé al unísono y he aparecido al lugar donde dejé a mi grupo como una hora más tarde porque me había liado hablando con gente. En fin, es que... no se puede aguantar.

Gracias a mi amiga Anabel y a sus generosos padres, a partir del 2000 me dejaron un hueco para pasar un fin de semana de cada febrero bailando al son de la caja y con un antifaz puesto. Ah, y para más regusto mío, es que encima, la familia de Anabel era chirigotera y su padre un personaje famoso del carnaval de Chiclana. Vamos, hechos para mí. Con ella aprendí recursos musicales del carnaval, obligaciones que hay que cumplir en cada parte de las actuaciones del Falla, etc.

En mi casa se continuaba la tradición y la verdad que con el paso de los años nos hemos seguido grabando en vídeo finales, aprendiendo estribillos y dejándonos seducir y caerse la baba por El Yuyu, El Love, El Canijo, Los Carapapa, Julio Pardo, Martines Ares, y un sinfín de artistas.

Recuerdo perfectamente unos años en los que escuchaba "El Tangai" por la noche y me despertaba riendo a carcajadas en la oscuridad de la noche. La radio también me ha enseñado mucho sobre el carnaval, pues los locutores, aunque no les den el premio Ondas, también son artistas describiendo y transmitiendo lo que viven las tablas del Falla.



Hubo un año (siendo yo pequeña) en que repetimos una y mil veces una actuación de unos tíos que hacían de borrachos. Eso fue apoteósico. Dio la vuelta al mundo, salió en los medios más para arriba de Despeñaperros. Un fenómeno del ingenio y la gracia... Y cuando parecía que ya no se podía ser más agudo, esos mismos sacaron después Las Marujas, Lo que Diga mi Mujer, Ahora es cuando se está bien aquí, y este año, Si me pongo pesao me lo dices. Yo la verdad, es que no puedo más que rendirme ante el Selu y su gente. Es que no se puede ser más gracioso y tener una mente tan aguda para el sarcasmo, metiendo caña y riéndose de sí mismos, de la raza humana y denunciando las vergüenzas de nuestra tierra. Lo que les faltaba ya no era sacar un buen tipo (disfraz) y una buena temática, ahora son capaces de hacerse una marioneta y moverla al compás de un pasodoble, interactuar con ella y lo que para mí, ha sido apoteósico, tocar el compás de 3x4 con los nudillos en la calva del pobre Juan (la marioneta). Esa manera de atosigarlo tocándole el pito de caña en el oído... es pa reventar.

Yo soy poquita cosa,  mi criterio es del calibre del pueblo llano, pero mi sensibilidad me dice que algunos letristas del Carnaval, bien podían haber sido ya dignos de recibir el Premio Príncipe de Asturias. También soy católica y creyente, y aunque me sorprende bastante que en los colegios católicos no se celebra el carnaval por ser una fiesta pagana, a mí me parece bastante divina y milagrosa la pócima de la risa y el humor sano que transmiten sus artistas. En esta vida debería haber más carnaval, del bueno, y menos de otras cosas.

Justo ayer se cumplieron 10 años de la última vez que vi un carrusel de coros en La Viña. Desde entonces, no hay año que no piense en ir, que no mire los precios de los trenes Madrid-Cádiz o que no sueñe con que me dan la sorpresa de haberme sacado un vuelo para ir a "la tierra prometida" en carnaval. Y no hay un año con que no llore de media 4 veces, con un pasodoble comparsista de los buenos. Y si yo no me entero bien, ya se encarga mi tía Pili de pasarme una buena selección de las mejores coplas, o de llamarme en mitad de la calle La Palma para que escuche el ambiente. ¡Y así no se puede desconectar! ¡Ni falta que hace!

Afortunadamente, convivo con una pareja que cual peregrinación, disfruta conmigo cada año de la Tierra Santa, aunque no en fecha del carnaval.

Cádiz, por siempre a ti, me rindo. Te amo.


















1 comentario:

Anónimo dijo...

Aquellos que consideran el carnaval algo soez y chabacano, no tienen idea de lo que es la elegancia, el saber estar y una filosofía de vida a la que todos aspiran, pero en Cádiz es realidad. Has resumido muy bien la experiencia de una familia gaditana, criada en Jaén. Cádiz siempre ha sido nuestro paraíso! Yo tengo la suerte de vivir en él.